¿Por qué Panamá?
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Historia de Jaime Alemán, la cara visible del bufete panameño del que habla medio mundo: Alcogal. ¿Por qué los intereses de una minoría se transforman en los intereses de un país? ¿Son los Pandora Papers, en realidad, la oportunidad que Panamá necesita para dejar de ser el patito feo del sistema financiero global?

Y aquí estamos, otra vez: la misma vaina. El Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ) ataca de nuevo, con más papeles. Pandora Papers vuelve a sumergir al país en la misma pesadilla de los días en que los Panama Papers pusieron a temblar las estructuras de este conglomerado de bancos y estudios de abogados al que llamamos país. Porque seamos claros: para el mundo, no somos otra cosa que un paraíso fiscal. Bueno, no solo eso: un paraíso fiscal con un canal en el medio. Pero para nosotros, para nuestros gobernantes, ¿somos algo distinto? Si vemos las primeras reacciones al nuevo escándalo, no lo parece.

Esta vez la espada de Damocles cayó con todo su peso sobre el bufete Alemán, Cordero, Galindo & Lee (Alcogal). La filtración revela operaciones de ¿evasión fiscal?, ¿lavado de activos?, ¿inversiones legales? de expresidentes de medio mundo, reyes, futbolistas, empresarios, todos unidos en su vocación de utilizar las estructuras creadas por Alcogal para mover sus fortunas.

Para cualquier panameño medianamente informado no hay ni siquiera una pizca de novedad, más allá de los nombres propios: todo el mundo conoce de memoria el juego que aquí se viene jugando desde hace casi 100 años, cuando en 1927 se impuso por recomendación de Estados Unidos la legislación sobre Sociedades Anónimas, y desde hace 50, cuando durante la dictadura se instauró el centro financiero. Estructuras que hoy parecen crujir, eso sí, sin romperse.

La pregunta que desde los Panama Papers se repetía sin descanso en los círculos de poder del país y que durante las últimas semanas se fue macerando en las glosas de los periódicos era básica y brutal: ¿Quién será el nuevo Fonseca Mora? Finalmente, puede encontrarse una respuesta.

Los Kennedy del patio

Jaime Alemán estudió Economía en la Universidad de Notre Dame en Indiana. Gran alumno, consiguió un magna cum laude y fue parte de esa generación de ejecutivos jóvenes y brillantes de los 80. Entre el 78 y el 81 fue asesor legal del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y entre el 84 y el 85 fue asesor especial del precario gobierno de Nicolás Ardito Barletta, al que el genial Guillermo Sánchez Borbón rebautizó “Fraudito”. Por esos días nació Alcogal.

Es llamativo: mientras Jaime asesoraba al presidente civil de la dictadura, su hermano José Miguel era el chofer de Arnulfo Arias en su mítico regreso al aeropuerto de Paitilla. “Es parte de la política criolla. Las grandes familias tienen integrantes en diferentes partidos: así casi nunca pierden su influencia en las decisiones nacionales, no importa quién gobierne”, explica el fenómeno la socióloga panameña Brittemarie Jason Pérez en su libro ‘Panamá Protesta’. Jóvenes, guapos, baluartes del Club Unión, eran conocidos como los Kennedy panameños.

Lo cierto es que después de la caída de Barletta, Jaime aceptó regresar a la gestión pública durante la crisis del 88, que se precipitó cuando el coronel Roberto Díaz Herrera denunciara el fraude en las elecciones del 84. Mientras algunos le reprochan haber sido funcionario de la dictadura, otros le reconocen que fue el ministro de Justicia que refrendó el decreto de Delvalle que intentó, sin suerte, destituir a Manuel Antonio Noriega.

Luego llegó la invasión y entonces Alemán se dedicó de lleno a la actividad privada. La firma Alcogal se convirtió en especialista en sociedades anónimas y fideicomisos. La palabra fideicomiso viene del latín, fideicommissum. Significa: fe y comisión. Una religión del dinero.

Alcogal no es primeriza en esto de responder a escándalos: fue el bufete que creó las sociedades y los fideicomisos para Stanford Trust Company, subsidiaria del Stanford Bank, una de las mayores estafas de los últimos tiempos por montos que superaron los 8 mil millones de dólares. Trabajó para Odebrecht, creó estructuras para esconder dinero proveniente de la corrupción chavista y hasta colaboró con Pinochet: se los puede acusar de muchas cosas, pero no de discriminación ideológica.

Alcogal, por su parte, acusa al ICIJ de ser poco profesional. Que tienen información vieja, mal cotejada, que ni siquiera conocen el marco legal en el que se desarrollaron las actividades. «El ICIJ desconoce que antes de la adopción de las leyes actuales de debida diligencia, las normas permitían que las firmas de abogados confiaran en la información de debida diligencia obtenida por los intermediarios profesionales (bancos, proveedores de servicios corporativos, fiduciarias, firmas de abogados, etc.), de quienes son realmente clientes directos los beneficiarios finales”, sostienen en una página web que montaron para responder a los Pandora Papers.

Dicen que no responden los requerimientos del mundo sobre sus clientes porque no los conocen. Que ellos venden las sociedades al por mayor, a través de intermediarios, y entonces se escudan en que su cliente es un banco en Andorra, u otro bufete en Islas Vírgenes, quienes son los que verdaderamente conocen al usuario final. Es decir, Alcogal hizo todo bien y, si hay problemas, no es su responsabilidad. Otra vez el mismo cuento de Mossak y Fonseca: “Nosotros hacemos cuchillos, si los usan para matar, no tiene nada que ver con nosotros”. Así es como se construye la parábola que convierte a un Kennedy del patio en un Fonseca Mora del mundo.

¿Qué es Panamá?

El Gobierno de Panamá afirmó el domingo 3 de octubre que están trabajando de forma cohesionada decididos a contrarrestar las repercusiones negativas de cualquier escándalo en el que “se quiera involucrar al país”. “Nuestro deber es defender los intereses de la nación y luchar para que el nombre del país no se asocie a actividades que repudiamos y que combatimos con la ley”, dijo el presidente Cortizo. Es decir, si tocan a nuestros abogados, nos tocan a todos. Colaborar con el lavado de dinero y la evasión impositiva, algo que desde los medios internacionales se denuncia, se convierte así en “intereses de la nación”. La mejor forma de confirmar lo que desde afuera se presume: somos opacos y no queremos cambiar. Unos genios de la comunicación.

Cuando el dictador Manuel Antonio Noriega estaba en la Nunciatura de Panamá, antes de entregarse, escribió su testamento político. Allí dijo: con todo lo malo que puedan tener, las Fuerzas de Defensa aun evitan lo que va a pasar luego de la invasión: que el poder económico y el poder político se fusionen en uno solo. Sus vaticinios hoy parecen cristalizarse. Nos desgarramos las vestiduras cuando el mundo señala la conducta de nuestra elite como si atacaran al país. Nos victimizamos, vemos conspiraciones por todos lados, no nos queremos vacunar. ¿Pero por qué?

Consecuencias económicas”, dicen unos. ¿Es así? El negocio de las sociedades anónimas no es de Panamá como país, sino de un grupo de ciudadanos privados. De hecho, los impuestos a las sociedades son un ingreso insignificante para el Estado. Los que más si no los únicosganan con esto son los bufetes. Por el contrario, mantener estas prácticas genera una inestabilidad cuyas consecuencias serán para todos los sectores económicos, que verán el mundo achicarse para mantener el negocio de una pequeña minoría.

Es entonces que entramos en el barro pringoso de la discusión sobre el peso reputacional.

Panamá tiene mala reputación desde mucho antes de los Panama Papers. Aunque nos cueste creerlo, siendo como somos, el centro del mundo y corazón del universo. Desde el colapso del Canal francés, cuando la palabra Panamá se transformó en la jerga parisina en sinónimo de lío, de mala suerte, pasando por Las Cartas del Yagué, donde William Burroughs en los años 50 describía a los panameños como estafadores sin moral, hasta las declaraciones de los capos de la droga que decían que en Panamá nunca habría problemas porque todos ellos tenían su dinero guardado allí. El sastre de Panamá pinta una sociedad totalmente corrompida, series recientes como el Patrón del mal, lo mismo.

Jonathan Harker, Un paraíso fiscal!, 2002. | Foto: Gustavo Araújo.

La Unión Europea, a su vez, hace tiempo nos tiene bailando entre listas negras y grises hasta que finalmente nos dicen en la cara: las boquitas, los cócteles y todo lo que vienen haciendo no sirvió para nada: Panamá es paraíso fiscal. Es decir, ¿cuál es la reputación que supimos construir? Si uno ve en perspectiva, nuestra reputación siempre estuvo ligada al lavado de activos y esa reputación, estimado y honesto ciudadano panameño, se la debemos a algunos de nuestros abogados más célebres y más ricos.

El exdirector de la Dirección General de Ingresos, Publio Cortés, lo explicó con contundencia: “»El problema de Panamá es que, aunque decimos que cumplimos, nosotros estamos desde el 2008 con una actitud de que cumplimos y no cumplimos (…). Esa actitud ha sido porque los sectores interesados, que venden las S.A., en todos los gobiernos han tenido influencia. Este sector exaltado que invoca falsos nacionalismos es el que ha ido torpedeando los cumplimientos». O, como sentenció el editorial de La Prensa hablando claramente después de años de evitar hacerlo: “Los Pandora Papers no muestran una conspiración contra el país, sino que ponen de manifiesto las consecuencias de hacernos la vista gorda durante tantos años, de que nuestras instituciones no requerían cambios. No será fácil salir del hueco que nos hemos cavado nosotros mismos al mantener persistentes debilidades de nuestro sistema jurídico, como la falta de controles y la impunidad reinante, incluso producto de la falta de voluntad para hacer cumplir leyes ya vigentes. Los argumentos sobre el afán de destruir reputaciones de panameños o la del país son una manifestación pueblerina. Las lamentaciones no sacarán a Panamá de listas negras ni grises. Se requieren acciones y voluntad.”.

Quizá haya llegado la hora de conseguir una buena reputación a fuerza de hacer lo contrario a lo que venimos haciendo. Levantar la alfombra en lugar de barrer hacia adentro. Sembrar transparencia en lugar de victimización. Sin importar que en Delaware o en Londres se lave mucho más dinero que aquí. Aprovechar esta oportunidad para darle un corte final a un negocio que nos da más dolores de cabeza que beneficios. Será difícil, tendremos que convencer a una comunidad global que no cree en nosotros. Como dijo un reputado abogado en un artículo de opinión de La Prensa en 2016, cuando estallaron los Panama Papers: es hora de elegir entre “Los negocios de algunos o los intereses del país”. ¿Sabe usted quién era ese abogado? Sí, adivinó: Jaime Alemán. El viejo Kennedy, el nuevo Fonseca.

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About the author

Fue periodista de La Prensa, La Estrella y el País de España. Sus crónicas fueron compiladas en Argentina, España y Alemania. Fue director de los documentales ‘Es Hora de Enamorarse’ y ‘La Fábula’. Ganó cinco premios Nacionales del Forum de Periodistas. Tiene dos hijas panameñas.  Actualmente es becario del Pulitzer Center y dirige documentales para la cadena Al Jazeera.

Guido Bilbao
Guido Bilbao
Fue periodista de La Prensa, La Estrella y el País de España. Sus crónicas fueron compiladas en Argentina, España y Alemania. Fue director de los documentales ‘Es Hora de Enamorarse’ y ‘La Fábula’. Ganó cinco premios Nacionales del Forum de Periodistas. Tiene dos hijas panameñas.  Actualmente es becario del Pulitzer Center y dirige documentales para la cadena Al Jazeera.