El sistema de sociedades anónimas del istmo encubrió el homicidio de la periodista maltesa Daphne Caruana Galizia. Cinco años después Panama Papers, las sociedades siguen siendo secretas y Matthew Caruana Galizia busca justicia. ¿A quién tiene que recurrir un hijo para saber quién es el asesino de su madre?
Cuando Matthew Caruana Galizia vio el carro al que su madre acababa de subirse pulverizado por una bomba, creyó que su mundo también estallaba.
Fue el martes 16 de octubre de 2017 a las tres de la tarde. Dos horas antes, Matthew la había encontrado preparando unos tomates con mozzarella para él. Conversaron un rato y ella salió a trabajar. Matthew escuchó la música del coche de su madre mientras se alejaba y unos minutos más tarde, un estruendo seco y rotundo: boom. Corrió descalzo y, al bajar la colina sobre la que se construyó su casa, encontró el auto vuelto polvo.
—Miré hacia abajo y ahí estaban los pedazos del cuerpo de mi madre alrededor mío —dice Matthew.
En un día de sol furioso en Bidnija, un pueblito elevado a media hora de la capital de Malta, alguien acababa de asesinar a la periodista de investigación más tozuda y famosa del país: Daphne Caruana Galizia. Tenía 53 años y el blog más influyente de la isla, donde horas antes de su muerte escribió nuevas acusaciones de corrupción a los políticos de su país: “Hay ladrones por donde mires. La situación es desesperante». Tenía también tres hijos: Paul —el menor, economista—, Andrew —el segundo, diplomático— y quien la encontró entre llamas tras la explosión y ahora, tres años después, lo cuenta desde esa misma casa: Matthew.
—Mi madre fue asesinada porque se interpuso entre el Estado de derecho y aquellos que trataron de violarlo.
Matthew es un ingeniero en sistemas de 33 años adicto a su trabajo. Una mañana de noviembre de 2020, recuerda que después de la explosión llamó a Paul a Londres: “Mamá murió”, le dijo. La siguiente llamada fue al otro hermano, Andrew. Los tres se reunieron en Malta y enseguida supieron lo que tenían que hacer: buscar justicia. Empezaron poniendo denuncias en Malta. Como no avanzaban, en enero de 2018, fueron al Consejo Europeo para que iniciaran una investigación sobre el asesinato de su madre. En el medio, no pararon de organizar acciones para visibilizar el horror y la injusticia: manifestaciones, prensa, reclamos frente al mundo. El activismo hasta el día de hoy ha sido su mejor aliado.
Daphne acababa de participar de la investigación global que destapó escándalos de corrupción en un centenar de países del mundo: los Panama Papers. Siempre incómoda para el poder, con el capítulo maltés salpicó al gobierno de Joseph Muscat. Los hermanos no dudaban de que Muscat estaba detrás de la banda que mató a su madre, aunque comprobarlo no sería sencillo.
La odisea de los Caruana Galizia para conocer quién asesinó a su madre comenzó buscando justicia en su propio país, siguió con pedir asistencia internacional y evolucionó hasta lograr la renuncia de un primer ministro corrupto, Muscat. En el medio, Matthew hizo una parada en Panamá: quería saber quién era el dueño de las sociedades que su madre había vinculado a Muscat. En el paraíso tropical centroamericano conocido por unir las rutas comerciales y financieras del mundo, Matthew entendió que sería imposible: el sistema protege a los asesinos.

Metthew y su hermano llevan el féretro de su madre, Daphne, durante el funeral al que asistieron cientos de personas.
El mundo ahora está conmocionado por un virus que avanzó con la furia de mil bestias y mató a más de 2.8 millones de personas, pero cuando Daphne fue asesinada —y desde un año antes— los ojos estaban puestos en la investigación global publicada el 3 de abril de 2016 que desnudó los trucos de abogados y financistas para esconder dinero de millonarios del mundo: los Panama Papers.
En una colaboración radical de un año, 376 periodistas de 80 países liderados por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (Icij, por sus siglas en inglés) bucearon en mails, certificados y archivos de una de las cinco firmas más importantes del rubro: Mossack Fonseca. Cientos de notas en periódicos y portales web, sesiones maratónicas de televisión, discusiones infinitas en redes sociales, mencionaban los nombres —el ruso Vladimir Putin, el argentino Mauricio Macri, al italiano Silvio Berlusconi—, los modos —blanqueo de capitales, redes de tráfico y contrabando, evasión— y el rincón del mundo donde todo comenzó: Panamá.
En Malta, quien investigó fue una mujer dura y persistente que había comenzado su carrera en un pequeño periódico local y para entonces era un símbolo de periodismo independiente: Daphne Caruana Galizia. En abril de 2016 Daphne escribió más de 10 entradas en su blog Running Commentary donde reveló que el entorno del primer ministro, Joseph Muscat, tenía sociedades anónimas registradas en Panamá para desviar fondos públicos y que, junto a uno de sus ministros, intentó abrir cuentas bancarias en Dubai.
Tras la publicación, como sucedió en otros países, incluso en Panamá, las élite políticas y financieras armaron una defensa que consistía en atacar al mensajero. A Daphne la llamaron bruja, el gobierno la pintó de mentirosa y montó una campaña de odio que dura aún después de la muerte de la periodista.
—Aquí pasó lo mismo que en Panamá: el chauvinismo en defensa de muy pocos, porque son muy pocos los que se benefician de las hazañas corruptas.
Matthew conoce bien esas estructuras, atajos y lógicas: en 2014 se sumó a Icij como ingeniero para organizar y decodificar las decenas de gigabytes y documentos que formaban parte de la monumental filtración.
—Era impresionante —dice sobre los documentos—. Sabía que estábamos trabajando con un bufete que era una plataforma para la inmensa maldad en el mundo: tráfico humano, pedofilia, transacciones gubernamentales corruptas. Toda clase de atrocidades.
Cuando la madre murió, no dudó que su muerte tenía que ver con esa publicación. ¿Cómo podía, en medio del desgarro por el asesinato atroz, comprobarlo? ¿Dónde podía encontrar pruebas, pistas, algún testimonio que aportara evidencia? ¿Qué tenía que hacer?
Lo primero que hicieron fue revisar mil veces los escritos y apuntes de Daphne. Encontraron notas con pistas que indicaban que Joseph Muscat tenía cuentas abiertas en diferentes partes del mundo a través de terceros, sus allegados políticos. Luego, contactaron a las personas que podían dar alguna luz sobre el asunto. Avanzaban, pero no encontraban ninguna prueba rotunda. A finales del año 2017, supieron que para encontrar al asesino había que identificar al dueño de las sociedades usadas para mover dinero en Malta. Tras rastrear hasta debajo de las piedras en la islita mediterránea, Matthew decidió cruzar el océano para buscar —y ojalá encontrar— donde todo comenzó: Panamá.
*
Una tarde de julio de 2018, un año después de la muerte de su madre, Matthew aterrizó en Panamá con la misión de dar con los beneficiarios finales de las sociedades anónimas ligadas a la investigación de Daphne. Sabía que se habían registrado aquí por la firma Mossack Fonseca, pero ¿quiénes eran los dueños?
Al día siguiente, fue a la oficina de Mossack Fonseca en el centro de la ciudad. Recorrió la calle 50, plantada de edificios espejados, hasta llegar a la calle 54 en Marbella y dar con la sede del bufete, también espejada pero con pocos pisos. No le costó identificarla: la había visto replicada una infinidad de veces en los periódicos. Subió, entró y lo recibió un guardia de seguridad que le informó que la oficina había cerrado en marzo de ese año.
—Ya no quedaba nadie ahí para ese entonces —dice Matthew.
Nadie sabía nada de las sociedades que Matthew buscaba —Egrant Inc, Tillgate Inc y Hearnville Inc—. Sin embargo, las tres tenían algo en común: a Ricardo Samaniego y Yakeline Perez como directores, según el Registro Publico de Panamá. Todos exempleados de Mossack Fonseca.

El bufete Mossack Fonseca convirtió a Panamá en el epicentro de la investigación global más potente de la historia.
Pensó que si en la oficina no le decían nada, tal vez los directores supieran algo. A los pocos días alquiló un carro y comenzó su búsqueda implacable. Recorrió más de 20 kilómetros desde la capital de Panamá hacia la casa de Yakeline, en una ciudad satélite. Casi una hora después, llegó a una casa cuadrada y compacta rodeada de casas similares en una barriada de clase media-baja. ¿Cómo alguien que se repetía en más de cinco mil sociedades podía vivir en una ciudad satélite, teniendo que someterse a diario a más de tres horas de tranque para llegar a su oficina, si con esas sociedades se movían millones de dólares? ¿Los empleados de Mossack Fonseca podían ayudar a millonarios sin beneficiarse en absoluto? Cerca de las 2 de la tarde, tocó timbre: nadie contestó. Al segundo llamado, salió un hombre y le pidió que se largara.
Entonces, fue a lo de Ricardo Samaniego, el otro director. La casa era un apartamento en un edificio del centro de la ciudad. El intercom no tenía números, pero la administradora del condominio lo ayudó a identificar el botón correcto. Un ring, nada. Otro, nada. Al décimo intento, Ricardo contestó. Se rehusó a abrirle la puerta pero Matthew consiguió que le confirmara que el bufete contaba con una motorista que entregaba regalos, en efectivo o con pinturas excéntricas, a gobernantes y clientes cuya lealtad era de primera necesidad. Así que buscó a la motorista.
—Me confirmó que entregaba sobornos a personas que sus jefes debían mantener cerca para que miraran para el otro lado en caso de una investigación internacional —dice Matthew—. Era una manera de garantizar protección.
Después, Matthew acudió a amigos, que lo alojaron y trataron de ayudarlo. Alguno sugería un contacto, otro periodista, fiscales. Así, iba abriendo puertas para indagar. Recopiló nombres, sugerencias, armó mapas mentales y tomó páginas de notas interminables. Una por una llamó a todas las personas que se encontraban nombradas en las sociedades relacionadas a Malta. Nadie contestó.
Alguien le habló de Adrián D., un abogado panameño que fue enviado por Mossack Fonseca a Malta en diversas ocasiones para trabajar los procesos de movimiento de activos. También estaba Luis Q., otro abogado que manejaba directamente los negocios de las personas políticamente expuestas en Malta. Matthew intentó contactarlos más de una vez, pero las veces que consiguió llegar más allá del tono de espera, no recibió el tipo de respuesta que buscaba. Nada del dueño de la sociedad vinculada a Muscat. Los empleados de Mossack Fonseca habían sido exitosamente callados por la confidencialidad que obliga la ley.
Finalmente, Matthew fue por Ramón Fonseca. Una noche hasta le escribió por Twitter. Otra vez, nada.
¿A quién tiene que recurrir un hijo para saber quién es el asesino de su madre? Sólo necesitaba un papel que dijera: beneficial owner of Egrant Inc, fulano de tal; beneficial owner of Tillgate Inc, mengano. Nadie en el bufete parecía tenerlo. ¿No querían ayudarlo o no sabían realmente de quién era la sociedad? Las dos cosas pueden ser. Primero, no querer porque dar esa información sería una brecha de confidencialidad. Pero tal vez no lo supieran: la segunda revelación de los Panama Papers, en el año 2018, dejó claro que en el bufete no conocían a sus clientes: había correos electrónicos entre miembros de la firma, incluido Fonseca Mora, preguntándose unos a otros si sabían quién era el dueño de una sociedad, cuando la firma siempre manifestó saber quiénes eran sus clientes, como demandaba la ley.

Matthew y su madre, Daphne Caruana Galizia.
Entonces, ¿cómo seguir? Intentó averiguar en el Ministerio Público. Tras la publicación, en Panamá se abrió una causa para indagar si existía criminalidad por parte de Mossack Fonseca y comenzó un proceso de colaboración con otros países para intercambio de información. Matthew habló con uno de los que participaba en la investigación, que quiso ayudarlo rastreando entre lo averiguado pero tampoco pudo.
—Era un buen hombre, pero estaba muy limitado por falta de recursos y sin personal —dice Matthew—. Me contó que los empleados del bufete habían sido entrenados en responder que no podían confirmar la veracidad de ninguna firma de las sociedades, ya que sólo tenían fotocopias y ningún documento original. Con tantos obstáculos de por medio, es difícil seguir con una investigación de ese nivel.
El gobierno panameño, por su parte, usó su método preferido para lidiar con escándalos de calibre internacional: el silencio. Cualquiera con la disposición de investigar los hechos a fondo, no podía por falta de personas o recursos. Ninguna de las causas avanzó.
En alrededor de 30 días en el país, Mathew tocó todas las puertas posibles. Salió a bailar salsa, conoció colegas con quien formó lazos para toda la vida y conoció un país que resultó no ser tan diferente al suyo: muy pequeño, en el que todo el mundo se conoce, rodeado de mar, con una enorme polarización política y una corrupción atroz. Quienes lo recibieron se conmovieron. Sin embargo, en todos los lugares era lo mismo: nada con el dueño de las sociedades en Malta. Nada del asesino de su mamá.
*
Hasta el momento en que Matthew llegó a Panamá, el país protegía con secreto de ley a los dueños de las sociedades anónimas. Ese secreto otorga impunidad: si no se sabe de quién es una sociedad, no hay responsables por lo que se haga con ellas.
Si eras político, podías usarlas para mover millones de recursos públicos y nadie se enteraría jamás. Si eras traficante y necesitabas un atajo para blanquear ganancias sucias, podías encontrarlo en un papel que te daban en tres días y sólo tú lo sabrías: nadie más tendría acceso a él. Por más que en tu país te denunciaran y un fiscal investigara y mandara una nota pidiendo al gobierno de Panamá que les dijera quién es el dueño de x o y sociedad, sería imposible: completamente blindado.
Luego de los Panama Papers, los gobiernos de Juan Carlos Varela y el actual de Laurentino Cortizo contrataron asesorías para limpiar el nombre de Panamá y activaron medidas para promover la transparencia fiscal. ¿Resultados? Panamá sigue en listas grises o negras del Grupo de Acción Financiera Internacional (Gafi), la OCDE y la Comisión Europea por la opacidad. También modificaron leyes, crearon organismos y accedieron al intercambio de información automática con la OCDE. Pero el secreto y la estricta reserva de información siguen vigentes.
“El sistema financiero de Panamá permaneció robusto antes y después de la publicación de los Panama Papers. Ese problema afectó fue a los abogados y sucesivamente nuestra reputación”, dice Edmundo, un banquero especializado en banca privada y mercados capitales.
En el istmo hay quienes bramaron —y braman— por el supuesto impacto de la publicación en la economía. “Económicamente fue lo peor que le ha pasado a Panamá”, dice Henry, un abogado corporativo de un bufete robusto en la ciudad capital, que pidió no ser nombrado. Las cifras los desmienten: la economía cayó algunos puntos en 2016 con respecto a 2015 (4.97 contra 5.73), pero se recuperó rápidamente en 2017: creció un 5.32 por ciento.
Lo que sí cayó, indiscutiblemente, fue el negocio de las sociedades anónimas: en 2015 en Panamá se registraron 26,865 sociedades; en 2016, 19,749 y, de allí en más, cada vez menos (15,413 en 2017, 13,171 en 2018 , 13,775 en 2019). La creación de sociedades anónimas no beneficia a la población, sí a los beneficiarios finales, a los abogados socios de bufetes que las crean, a algún que otro financista y a los oficiales gubernamentales que prefieren mirar al otro lado a cambio de una pintura, como aquel que visitó Matthew en la ciudad de Panamá.
Esa es la mecánica que permite ocultar a delincuentes gracias al secreto. Panamá no es el único país que lo hace: hay más 100 paraísos fiscales en el mundo que ofrecen a millonarios y corruptos de toda monta pasar desapercibidos. El asesino de la mamá de Matthew no fue la excepción.

Las manifestaciones reclamando justicia por el asesinato de Daphne fueron muchas y lograron que el caso avanzara. | Foto: Miguela Xuereb.
En Malta, la búsqueda de los tres hermanos Caruana Galizia no terminó. Aunque nunca lograron dar con el dueño de la sociedad denunciada por Daphne en Panamá, dos años después de su asesinato un intermediario usado por allegados del primer ministro maltés para llevar a cabo su ejecución, habló.
Melvin Theuma, un chófer regordete y de clase trabajadora, confesó en diciembre de 2019 que había sido contratado por Yorgen Fenech, un empresario muy cercano al primer ministro Joseph Muscat, para matar a la periodista. Con las manos sudadas, Theuma dijo que Fenech estaba borrando todas las pistas del hecho y como él era una de ellas, prefería afrontar a la justicia antes que perder su vida. Dijo también que había conocido a Daphne en una ocasión, cuando la llevó en su taxi: “Era simpática, no merecía ese final”.
Theuma y Fenech fueron a la cárcel. También el jefe de gabinete del primer ministro, que fue señalado como el cerebro del crimen. Muscat fue obligado a renunciar en diciembre de 2019 por un pueblo insistente en marchar y exigir que se vaya, tras dos elecciones ganadas y seis años en el poder.
—Estamos aún lejos de hacer justicia —dice Matthew—. Sin embargo, los ciudadanos de Malta han despertado y se dieron cuenta que la enemiga no era mi madre.
El último capítulo de este asesinato fue en marzo de 2021, cuando otro de lo sospechosos confesó que era uno de los asesinos de Daphne y dio detalles de cómo se gestó, planificó y ejecutó el homicidio. La perseverancia de los hermanos Caruana Galizia dio con los asesinos de su madre y logró evidenciar lo que Daphne siempre quiso que saliera a la luz: Malta era un lugar infestado por ladrones de alto nivel. La historia se repite desde las islas rocosas del mediterráneo hasta los húmedos paraísos tropicales centroamericanos.
—Estar en Panamá me ayudó muchísimo, ya que conocí la estructura sistemática que permite que un imperio de blanqueo de capitales como el de los Panama Papers fuera destapado.
Ahora, Matthew continúa intentando terminar el trabajo de Daphne, un símbolo hecho pedazos que representa la magnitud del crimen organizado global de una sola firma de Panamá. Decidió permanecer en Bidnija, el pueblito en lo más elevado de Malta donde el auto de su madre explotó, cuidando del jardín de Daphne junto a su padre. La vida florece a diario fuera de la casa de la periodista de investigación más tozuda y famosa del país.
* Esta historia fue editada en el marco del taller Pensar el futuro/Contar Panamá, de Concolón en alianza con Ciudad del Saber, CREHO, PNUD Panamá y CIEPS.
About the author
Natalie es graduada en sociología y relaciones internacionales, pero su obsesión desde hace rato está en el crimen financiero: investiga, recopila datos del sector corporativo y está certificada en prevención de blanqueo de capitales. En 2019 quiso contar todo eso y se anotó en un taller de Concolón para aprender a hacerlo. Desde entonces, participa en el programa La Previa de TVN. Para Revista Concolón, cuenta la búsqueda desesperada de un hijo por encontrar al asesino de su madre y cómo el sistema societario panameño lo encubrió.