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Más de 219 mil estudiantes de escuelas públicas en Panamá no tienen cómo conectarse a clases: tres de cada diez. En ciudades y pueblos al borde del Canal, a la desigualdad que sufren desde hace décadas ahora se suma la falta de conectividad y el riesgo de quedar al margen de todo. La crisis por covid-19 impacta más a los mismos de siempre en el hub desconectado de su propia realidad

Cuando el 20 de julio el gobierno dispuso el inicio de la educación a distancia tras cuatro meses sin clases, Yaribeth supo que su hija perdería el año. La madre entró en desesperación porque en el pueblo de Katuma donde viven no tienen luz ni teléfono para participar de las clases. Era injusto que tras cuatro meses desde que su hija empezara el prekinder en una comunidad al borde de la ciudad capital pero en medio de la nada, le exigieran conectarse todos los días de 8 a 12 o le pondrían falta.

«Ahorita mismo mi hija no está estudiando porque no hay cómo comunicarnos con la profesora. Acá no tenemos para comprar celular, le faltan los útiles y todo lo demás», dice Yaribeth una mañana de julio desde el teléfono de un vecino.

Katuma es una comunidad indígena situada en el bosque lluvioso a orillas del río Chagres, en la cuenca del Canal de Panamá. Junto a las comunidades vecinas de San Antonio Wounaan y Ella Puru, aquí habitan unas 30 familias que viven en gran parte del ecoturismo, como Yaribeth. Los turistas llegan en lanchas y contemplan tradiciones emberá-wounaan o caminan por los senderos para respirar la espesa selva tropical que brota del sitio. Pero desde que explotó la pandemia todo este negocio quedó suspendido. Por eso Yaribeth no tiene dinero para comprar un teléfono que le permita a su hija, Cristal, conectarse a clases. Hoy, al igual que ella, más de 219 mil estudiantes oficiales en todo el país no reciben educación a distancia: tres de cada diez. La mayoría de alumnos offline —dice el gobierno como absolviendo toda culpa— vive en áreas «de difícil acceso». Como Katuma.

San Antonio Wounaan, Ella Puru y Katuma

Vista aérea de las comunidades de San Antonio Wounaan, Ella Puru y Katuma. | Manglar Films

El celular que necesita Cristal para estudiar a distancia es una pieza clave en este nuevo año lectivo. Pero nunca estuvo al alcance de todos. Según el gobierno, en Panamá, el 96 por ciento de la población tiene acceso a un celular, pero la conexión se da sólo en un 38 por ciento del territorio nacional. De estos, solo 16.6 por ciento son de contrato y solo un 11 por ciento tiene acceso a banda ancha fija. «En otras palabras, los panameños conectados podrían describirse como citadinos que usan el móvil bajo la modalidad de prepago», explica el Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales AIP-Panamá.

El infierno de Cristal había empezado cuatro meses antes, una mañana húmeda y tropical en la escuela Omar Torrijos, en el área de Paraíso. A solo metros del Canal, ese puente del mundo que solo el año pasado facturó 3,365 millones de dólares, ella escuchaba con emoción sus primeras clases de prekinder sin imaginar que serían las últimas.

Ese día había salido de Katuma en una lancha que cruzó el río Chagres y en Gamboa tomó un bus para luego caminar hasta su colegio. Es el viaje con el que crecen todos los niños de Katuma que quieren estudiar. Y aunque la escuela es conocida por ser la primera fundada en áreas revertidas, también fue noticia por las aguas servidas que desembocan cerca del plantel y afectan a más de 600 estudiantes. Pero esa mañana nada parecía opacar el entusiasmo de Cristal hasta que, de pronto, la profesora se despidió como dictando una sentencia: «No vengan más porque llegó el covid-19».

La pandemia congeló el turismo, la principal fuente de ingresos para las comunidades Katuma, Ella Puru y San Antonio Wounaan. | Manglar Films

Fue la noticia que recibieron más de 905 mil alumnos que integran el total de la población escolar en Panamá. De ese total, un 82 por ciento está matriculado en alguna escuela pública, como Cristal. Y mientras esto ocurría en el istmo, en toda la región según la Unesco se veían afectados 156 millones de estudiantes. La estadística para finales de marzo en el mundo era la siguiente: 9 de cada 10 estudiantes de 190 países interrumpieron su educación debido al cierre de planteles.

Con el mundo paralizado y las fronteras del hub cerradas, el gobierno tuvo que mirar hacia adentro para enfrentar una profunda desigualdad que arrastra desde hace siglos y un reto que lo encontró poco preparado: la educación a distancia. «Panamá no cuenta con el diseño y la infraestructura tecnológica y de recursos humanos capacitados en modalidades de educación a distancia que puedan garantizar la continuidad educativa de todos los estudiantes», admitió el Ministerio de Educación. En este escenario los alumnos offline, como Cristal en Katuma, tuvieron que resignarse al abandono.

Antes de julio, muchos profesores tampoco tuvieron conexión. «Todos estos meses estaba incomunicado», dice el profesor Mendizama desde Ella Puru. Cuando empieza a oscurecerse sobre la cuenca del Canal, el profesor recuerda que en mayo el gobierno inició el proyecto Conéctate con La Estrella, que transmite clases por radio y TV, pero pocos colegios lograron usar estos y otros medios para guiar a sus alumnos. Entre mayo y julio, según el Meduca, solo 831 escuelas de las 3,179 existentes lograron algún tipo de educación remota. Cansado de la oscuridad y la desconexión, el profesor Mendizama tuvo que molestar a un vecino que tiene televisión para repasar algunas clases. Le frustraba la impotencia de no poder comunicarse con sus alumnos de segundo grado de la escuela Nuevo Progreso, cuya realidad no es tan distinta a la de los alumnos offline en Ella Puru, San Antonio Wounaan o Katuma.

Un estudio de Unicef arrojó que en Panamá poco más de la mitad de los hogares encuestados (53 por ciento) reportó que los niños, niñas o adolescentes recibieron algún tipo de educación a distancia entre mayo y junio. El tipo de educación a distancia varía según el nivel socioeconómico del hogar y la escuela. Por ejemplo, los hogares con niños que asisten a escuelas particulares usan más plataformas virtuales que permiten interacción con el docente, descarga y envío de materiales desde casa. Los hogares con ingresos mensuales inferiores a $1,000, así como aquellos con niños que asisten a una escuela pública, hacen uso de tecnologías menos interactivas como la radio y la TV. Los hogares de Darién y las comarcas —donde cerca de 100 mil familias panameñas no tienen ni acceso a energía eléctrica— fueron excluidos de este sondeo.

«Yo veo a los niños de Ella Puru, San Antonio Wounaan y Katuma, pero sé que es algo que pasa en todo el país. Es muy difícil la situación para los padres sin trabajo», dice el profesor Mendizama. En esta nueva normalidad con viejos problemas, las casas son las aulas de clase; pero muchas familias lo perdieron todo. En el último mes, tres de cada cuatro hogares en Panamá han sufrido pérdidas parciales o totales de sus ingresos, según Unicef. En Katuma, Ella Puru o San Antonio Wounaan, los alumnos offline como Cristal no tendrán luz ni un panel solar. Mucho menos una radio o una TV para escuchar clases. Y las guías que promete el gobierno llegarán, con suerte, más de un mes después de iniciado el año lectivo. 

Algunas comunidades indígenas utilizan la radio para conectarse a clases y reducir la cantidad de alumnos offline. | Meduca

Cristal logró comunicarse con su maestra recién al tercer día de reiniciado el calendario escolar. Ahora lo hace solo una vez por semana. Su madre, Yaribeth, caminó hasta San Antonio Wounaan en medio de la angustia y se vio forzada a pedirle ayuda a una vecina que tiene celular y un hijo en el mismo salón de Cristal. «Él está más avanzado que mi hija porque su familia se puede comunicar todos los días con la maestra por teléfono y hacer tarea. Pero nosotras no», dice Yaribeth. 

Cuando iniciaron las clases a distancia, lo primero que hizo el profesor Mendizama fue comprar una tarjeta prepago para meterle datos a su celular. «No hay ningún apoyo  —lamenta—, como docente va en uno hacerlo. De todas maneras, uno tiene que invertir». Mendizama tiene estudiantes que se desconectan por tres o cuatro días, y los entiende porque también lo vivió. «Este año lo veo muy difícil. Sin trabajo, ¿cómo vas a comprar data? Hay papás que recargan tres dolita, pero eso no alcanza nada. Imagínate las familias que tienen un solo teléfono para tres o cuatro hijos. Quisiera apoyarlos», dice, en una llamada a su celular. Hace diez años lo hizo. Cuando enseñaba en la comunidad Emberá Drua, consiguió 10 mil dólares de una embajada para instalar un panel solar y conexión a internet. Ahora sueña con replicar la hazaña en Ella Puru.

«Con la crisis sanitaria se evidencia la brecha de desigualdad y debe considerarse que muchos de nuestros alumnos se enfrentan a situaciones complejas de carácter familiar, directa e indirectamente relacionadas a la pandemia. Las mismas repercuten en su rendimiento y seguimiento al proceso educativo», reconoce el Meduca en el documento que norma la educación remota.

Entre la cuarta y la quinta semana de clases la cifra de alumnos offline no varió: unos 219 mil estudiantes desconectados. | Meduca

La desigualdad en el acceso a la educación es un tipo de violencia que el país ejerce hace décadas. El año pasado —precoronavirus— había 136,584 niñas, niños y adolescentes en edad escolar fuera del colegio. Ese año se sumaron 14 mil que abandonaron sus estudios. Y ese año también se publicaron los resultados de la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA), donde Panamá ocupó el puesto 71 de 79. Hay dos cifras insignia de la educación en el sexto país más desigual del mundo. En Panamá, solo el 47 por ciento de las escuelas públicas tiene internet y un 52 por ciento agua potable, eso que se necesita para lavarse las manos y matar al virus que ahora amenaza al mundo. La propia ministra de Educación, Maruja Gorday, confirmó que hay más de 200 escuelas en estado crítico. Y algunos profesores caminan dos o tres días para llegar a clases.

La desconexión de Cristal o el profesor Mendizama, como la de miles de alumnos offline y profesores de escuelas públicas, no empezó con la pandemia. Es una enfermedad crónica del sistema panameño.

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About the author

Edita la web del periódico La Estrella de Panamá y es miembro del colectivo independiente de periodistas Concolón. Ha sido reconocido en varias ocasiones por su trabajo periodístico, incluyendo el Gran Premio Nacional de Periodismo 2019 por el especial colaborativo ‘Duelo. Memorias de una Invasión’.

Daniel Molina
Daniel Molina
Edita la web del periódico La Estrella de Panamá y es miembro del colectivo independiente de periodistas Concolón. Ha sido reconocido en varias ocasiones por su trabajo periodístico, incluyendo el Gran Premio Nacional de Periodismo 2019 por el especial colaborativo ‘Duelo. Memorias de una Invasión’.