Desde que llegó el Covid-19 a Panamá, la viróloga Sandra López-Vergès y su equipo han liderado la respuesta científica local. Cómo hicieron desde el Instituto Gorgas para desarrollar una estrategia exitosa a pesar del poco apoyo presupuestario del Gobierno
Sandra López-Vergès se asoma al pasillo con la mascarilla puesta y su cabello largo recogido en una cola. Como dicta el protocolo, antes de cruzar la puerta se ha quitado el equipo de cuidado personal: gorro médico, gafas de protección, mascarilla N95, bata de manga larga, doble guante. Sus ojos sonríen. Sandra es la jefa del departamento de virología del Instituto Conmemorativo Gorgas de Estudios de la Salud —o Instituto Gorgas como se lo conoce habitualmente—. Asumió su cargo en diciembre. No se había terminado de acomodar en su nuevo sillón cuando la aparición de un nuevo virus en China puso al mundo de cabeza hasta transformar su propia vida.

Sandra López-Vergès. La jefa del departamento de virología del Instituto Gorgas no duerme desde que llegó el Covid-19.
A sus espaldas, sobre una puerta crema, cuelga un letrero que dice ‘Investigación’. De allí para atrás solo cruza el personal autorizado. Aquí es donde se realizan la mayoría de los análisis de muestras sospechosas de Covid-19 desde que el 9 de marzo se reportó el primer caso en Panamá. Todos los días un flujo continuo de mensajeros entrega en la recepción del edificio coolers identificados con el ícono de peligro biológico. Desde que llegó el virus, Sandra sale temprano de casa y regresa después de la medianoche. En un par de ocasiones pasó las 24 horas afuera, recuerda su esposo Javier, que es asmático y por tanto población de riesgo. Cuando arrancó la pandemia el laboratorio trabajaba de 18 a 20 horas diarias en la detección de casos. Pero no era suficiente. «Terminábamos saliendo a las dos de la madrugada y el turno que llegaba a las seis de la mañana ya tenía muchísimo trabajo acumulado», explica Sandra vía nota de voz de WhatsApp.
El aumento en la cantidad de pruebas no estuvo exento de contratiempos: se empezó a agotar el medio de transporte viral. Como casi todos los países del mundo lo estaban usando a la vez no había dónde comprarlo. Cada muestra de hisopado se sumerge en un tubo con ese líquido para estabilizarla hasta que se haga el análisis. Sin él, no habría más pruebas. Fue entonces cuando entró en escena el Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología —INDICASAT AIP—. Tomaron la ‘receta’ del medio, una mezcla de solución salina, antibióticos, antifúngicos y albúmina —proteína— y lograron reproducirlo. Los laboratorios pudieron seguir procesando pruebas sin detenerse. No fueron pocos los que se sorprendieron con la capacidad pública del país para responder desde la ciencia a las necesidades de la ciudadanía.
El 25 de marzo Panamá implementó la cuarentena completa. No era la primera vez que se establecían medidas de aislamiento en el país. En enero de 1951, una epidemia de polio cerró los parques, salas de cine y cantinas y prohibió las reuniones públicas. Ese año también se canceló el carnaval. El virus era altamente contagioso e incluso los asintomáticos, que eran mayoría, lo podían transmitir: tal como el Covid-19. El primer caso de polio se detectó tras la muerte inesperada de un niño hospitalizado con fiebre. Así lo describe un documento publicado en 1952 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene por el Dr. Arcadio Rodaniche y la viróloga Enid C. de Rodaniche, la primera mujer científica del Instituto donde ahora labora Sandra. Enid fue, además, la primera en aislar el virus de la fiebre amarilla en Panamá. Un logro similar al que consiguieron los científicos del Instituto Gorgas cuando en marzo secuenciaron el genoma de SARS-CoV-2 —el virus que causa la enfermedad Covid-19—, primer país de Centroamérica en hacerlo.

Pruebas. En el Gorgas trabajan las 24 horas del día en la detección de casos de Covid-19.
Las variaciones en su ARN —el material genético del virus— lo ubicaban en Europa. Un mes después, tras secuenciar más de 110 virus de pacientes positivos estuvieron en condiciones de contestar la pregunta más recurrente en el país: cuándo y cómo llegó el virus al istmo.
«Se observaron varios eventos de introducción», explica Alexander Martínez, doctor en biotecnología y jefe del departamento de genómica del Instituto.
Esto lo sabe porque los genomas secuenciados muestran información genética similar a la de los virus que están circulando en Estados Unidos, Europa y China. Lo más sorprendente es que todos llegaron a la vez, la semana posterior a los carnavales. Descubrieron también que ya existe un linaje panameño: mutaciones nuevas que se dieron en nuestro país y que están circulando localmente. Ahora el Instituto Gorgas apoyará a otros países de la región con la secuenciación de sus virus. «Para que la respuesta sea completa no podemos pensar solo en Panamá. Esta es una pandemia y no vivimos aislados, como bien nos lo demostró el coronavirus», dice Sandra, que no tiene tiempo para entrevistas presenciales ni siquiera para una charla telefónica. Contesta los mensajes de Whatsapp cuando puede, generalmente a deshoras.
La noticia del logro científico fue celebrada por los medios en las primeras planas como si se tratara de un triunfo deportivo. Sin embargo los panameños no terminamos de creer. Cuando nos cuentan una buena noticia suponemos que alguna trampa debe haber detrás. Acostumbrados a los engaños y la corrupción de los gobernantes, parecemos desconfiar incluso de nosotros mismos. Como si la posibilidad de realizar una gestión exitosa en este campo estuviese fuera de nuestro alcance. No terminamos de decidirnos entre el orgullo por la respuesta científica a la pandemia —que incluye felicitaciones de organismos internacionales como las Naciones Unidas— o la incredulidad por el alto números de casos en relación a nuestros vecinos. En ese sentido, lo que se puede afirmar es que en Panamá se están haciendo más pruebas que en la mayoría de los países de Latinoamérica. Entre más pruebas se realizan, más casos se detectan. Esto permite aislar y tratar a los pacientes y a los sospechosos a tiempo, disminuyendo la cantidad de contagios por enfermo. En la segunda semana de mayo, en México el promedio era de una prueba por cada mil habitantes. En Costa Rica y Colombia, menos de cuatro. En República Dominicana, donde la cantidad de infectados hacia finales de abril era similar a Panamá, se están realizando menos de la mitad de pruebas por cada mil habitantes. Panamá ya ronda las once pruebas por cada mil personas y va en aumento.

Mutaciones. Científicos panameños del Gorgas descubrieron el linaje panameño del Covid-19.
Detrás del alto número de pruebas está Sandra y todo el equipo del Instituto. Si uno mirase su carrera con atención, los resultados no deberían sorprender a nadie. En 2001 obtuvo el título en Biología y Bioquímica de la Universidad de París VII Denis Diderot, donde a su vez realizó estudios de maestría y doctorado en microbiología con especialización en virología básica. Cursó un post-doctorado en inmunología en la Universidad de California en San Francisco (UCSF), con el doctor Lewis Lanier, experto en células asesinas naturales. Realizó múltiples publicaciones científicas y hasta logró una patente a través de la investigación. Antes de su nuevo puesto Sandra se dedicaba principalmente a investigar sobre enfermedades transmitidas por los mosquitos: dengue, Zika, chikungunya. Lo mismo que William C. Gorgas, el doctor y salubrista público en cuyo homenaje se nombró el Instituto y cuyas investigaciones hicieron posible la construcción del Canal de Panamá.
El médico de Alabama arribó al trópico en 1904 como jefe de sanidad del proyecto para construir un canal a través del istmo centroamericano. Con años de experiencia en Cuba, donde se descubrió que el mosquito era el responsable de muchas enfermedades, Gorgas fue el pionero que impulsó la lucha contra la fiebre amarilla que hizo fracasar el proyecto del canal francés en la década de 1880. Fue la salud pública más que los avances en ingeniería lo que le permitió a Estados Unidos concluir la obra.
Para lograrlo Gorgas solo contaba con 50 mil dólares y un equipo de siete personas: mucho menos de lo que había pedido. Más de un siglo después, el presupuesto para 2020 del centro de investigación que lleva su nombre es de 19.5 millones, un 60 por ciento menos de lo solicitado.
No es una novedad para los científicos en Panamá. Según datos del 2017, el porcentaje del PIB nacional destinado a la investigación y desarrollo es de 0.15%, en comparación con América Latina y el Caribe (0.64%) y el promedio mundial (2.22%). «A veces el apoyo es difícil», reflexiona Néstor Sosa, exdirector del Gorgas y actualmente profesor y jefe de la División de Enfermedades Infecciosas en la facultad de medicina de la Universidad de Nuevo México. «Gracias a lo preparada que está la gente en el Gorgas, han podido responder muy bien: Pero es cierto que profesionales como Sandrita cobran una cuarta parte de lo que ganarían en otros países». Y entonces, ¿qué hace ella aquí, pudiendo estar ganando más en otro lado? «Es que Panamá es mi país», explica Sandra con franqueza. Dice que los logros son del equipo, no individuales. No le gusta mucho hablar solo de ella. «Para mí es muy importante que mis hijas disfruten de sus abuelos», resume. El aspecto familiar pesó mucho en su decisión de volver después de 15 años de estudios en Francia y Estados Unidos.
Y son también las familias las que asumen los riesgos y pagan un alto precio ante tanta dedicación.
«Vivimos a dos cuadras de ella y no podemos vernos. Es muy difícil», dice Claude Vergès, la mamá de Sandra. Neumóloga de profesión, creció en Francia pero ha pasado la mayor parte de su vida en Panamá. Ella entiende a su hija. Se percibe en sus palabras la satisfacción de una madre orgullosa. Desde pequeña, cuando no tenía quién cuidara a su hija, se la llevaba a todas partes: a su trabajo en el Hospital del Niño, a sus reuniones con organizaciones de mujeres o de derechos humanos, a sus visitas a barrios marginales o a las comarcas indígenas. Ahora es Sandra quien está involucrada en múltiples organizaciones y movimientos para alentar a las mujeres jóvenes a seguir carreras científicas.

Activismo. Sandra López-Vergès está involucrada en varios movimientos para alentar a las mujeres jóvenes a seguir carreras científicas.
«Sandra se movía en esos entornos y aprendió a valorar a las personas más allá de su situación. Si no hubiese estado tan sensibilizada hacia el dolor de los demás, quizá su respuesta a la pandemia habría sido más lenta».
Javier, su esposo, se ríe. Coincide con su suegra. «Sandra es muy desinteresada y entregada: lo lleva en su ADN. A veces a ella misma le cansa ser así», dice. «Cuando está aquí trata de dormir un poco y aprovechar el tiempo conmigo y con las niñas, pero su teléfono nunca deja de sonar».
No está sola. El agotamiento lo arrastran con paciencia en el Gorgas, semana tras semana. Y no hay espacio para reconocerlo. El país entero, miles de vidas, dependen de que no se detengan, no ahora. Superhéroes les llaman, pero no dejan de ser humanos. Humanos cansados, pero comprometidos con la salud pública. Es un equipo joven, pero está agotado: de llegar a sus hogares en la madrugada, de no poder abrazar a sus hijos, de no poder ver a sus padres, de rogarnos que ¡por favor! nos quedemos en casa. ¿Cuánto tiempo más podrán resistir? Un colega de Sandra, lo describe bien.
«Saliendo del @InstitutoGorgas cansado, con sueño y preocupado porque aún son muchas las muestras positivas», tuiteaba la última noche de abril el tecnólogo médico del Gorgas Danilo Franco.
Y así, resumiría en menos de 280 caracteres el sentimiento compartido de todo un Instituto: «Hace 2 meses buscaba afanadamente la primera muestra positiva, ahora busco desesperadamente la última».
*Esta historia es parte de una serie de crónicas editadas por Guido Bilbao, en el marco del proyecto Panademia. Cómo nos cambió el Covid-19.
About the author
Leila es periodista del colectivo Concolón y del podcast Indomables. La pandemia la agarró con planes de tomar un curso de buceo científico, que tuvo que aplazar —en parte aliviada, por su fobia a las aguamalas—. Para su crónica sobre el COVID-19, se enfocó en la ciencia más terrestre: en la labor extraordinaria que está realizando el Gorgas 24/7 para sacar al país de esta crisis de salud pública. Gracias al poder de las notas de voz de Whatsapp, durante los primeros dos meses de pandemia produjo dos episodios para Indomables.