Una flor de alegría para mi ovario roto
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Un mundo sin hombres
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Arte: Libertad Rojo

La pareja feliz que nos venden en la publicidad, el cine, la radio y la televisión, siempre es hombre-mujer. En la literatura infantil, las mujeres no son amigas ni solidarias: siempre compiten o se odian. Entre la heterosexualidad obligatoria, el machismo campante y la discriminación, hay un hecho: las mujeres pueden elegir el modelo sexual y amoroso entre mujeres

A todas nos pasó.

Ir al cine y llorar de emoción con la imagen en la proa del Titanic, ese amor capaz de superar cualquier obstáculo hasta morir por la amada. O prender la tele y ver la novela que te mostraba cómo si aguantabas y sufrías, llegaba la media naranja y el tiempo de sufrimiento —meses, años— terminaba mágicamente con una boda de cuentos de princesas. O abrir un periódico: hasta las ofertas de verano están pensadas para parejas o para familias. La felicidad te la venden si estás en esa compañía, como la de la foto en la playa de dos —hombre y mujer—, perfecta y feliz.

También nos hemos imaginado como protagonistas de cada una de esas películas. En mi caso, hasta he tratado de emular la escena del Titanic en el cayuco hacia Guna Yala o en la lancha a Barro Colorado.

La cuestión es que desde pequeñas estamos llenas de un solo modelo de relaciones de pareja. Nos enseñan que el papá es el jefe de la familia y que el ideal es casarse entre los 25 y los 29 años para la clase media, con un joven que sea un poco más blanco que una —para mejorar la raza—, quizás hasta un poquito mayor, pero no más joven porque eso es de robacunas. Por supuesto, de igual o mejor nivel socio-económico para que pueda darte la vida que te mereces. Esa cancha se marca desde la primera cita: él paga y una se arregla (aunque no esté dañada).

Es así: el príncipe y la muchacha, papá y mamá, el tío y la tía, el compadre y la esposa.

Así que si te sientes atraída por alguien, ya hay un sinnúmero de ideas internalizadas sobre lo que ese alguien debe ser y cómo tiene que responder, como si eso de construir una relación estuviese marcado por un guión bien elaborado.

El manual es insólito y, confesemos, imposible: el amor todo lo puede, la gente cambia por amor, si estas enamorada ya no puedes hacer lo que quieres, tienes que ceder y sacrificarte por y para la pareja. A las mujeres nos toca disimular mucho, ser calmas y no llamar la atención, porque eso afecta la autoestima de los hombres.

Con la relación de amistad entre mujeres, pasa algo parecido: hay cuentos clásicos que nos muestran a la bruja mala que compite por la belleza con Blancanieves, la muchacha pobre odiada por su madrastra y sus hermanastras en Cenicienta —y a quien la salva el príncipe-. Todas y todos escuchamos, leímos o vimos dibujos animados con estos mensajes que alimentan la enemistad entre las mujeres.

¿Qué clases de ideas son? ¿Acaso no conocemos mujeres que han criado a niñas y niños que no son sus hijos biológicos y lo hacen con tanto amor que nos cuesta llamarles “madrastras” porque la palabra en sí misma parece un insulto? ¿O a tantas mamás que han acogido como hijas o hijos, con ternura, a nueras y yernos, aunque sobre eso de ser suegra haya cientos de chistes fáciles, todos estigmatizantes?

Nos enseñan a que es mejor confiar en un hombre que en una mujer no te fíes de las amigas, te pueden quitar el novio.

El señalamiento llega al punto de que en Panamá nadie apuesta por una candidata mujer a la presidencia con la excusa de que la única mujer en llegar lo hizo muy mal, pero sí votamos por malos candidatos hombres una y otra vez. Una y otra vez la sociedad nos pone a competir por el reconocimiento familiar, social y por los pocos espacios públicos que hay para nosotras y por los pocos hombres que no son tan machistas.

Por muchos años no fui consciente de lo discriminatorias que son la mayoría de esas ideas sobre el ser mujer y los roles que nos asigna la sociedad, y en la pareja en particular. Ese montón de ideas, valores, símbolos, que nos obstaculizan vivir libres y en bienestar.

Darme cuenta fue un proceso lento. Encontrarme con el feminismo y maestras como Marcela Lagarde me dio las herramientas para comenzar a dudar de esas ideas y estereotipos, de todo lo que me enseñaron y ese “deber ser”, incluyendo la “heterosexualidad obligatoria”. Hasta que un día llegué a la conclusión de que no sólo es hermoso amar a otra mujer, sino que además entre mujeres se pueden construir relaciones de igualdad. Pero aunque en la mayoría de los países del mundo esto ya es normal, para Panamá amar a una mujer aún supone ser anormal: ¿cómo encajan dos princesas en el cuento?

Como hay pocos cuentos, vengo aquí a contarles uno: cómo pueden ser las relaciones entre mujeres.

Arte: Libertad Rojo

Primero, es muy probable que te sientas segura. Si eres mujer y te enamoras de otra mujer, tendrás menos chance de aparecer en las mal llamadas noticias de “crimen pasional”, como víctima de femicidio. Es que mientras a nosotras nos enseñan a ser cuidadoras y a mostrar las emociones, a ellos les enseñan a jugar con pistolas, espadas, carros y a tragarse las lágrimas, a no conectarse con sus emociones y sólo mostrar enojo, ira, honor.

Esa seguridad tiene un reverso oscuro en el espacio público: si la policía considera que darse un besito es un delito o una falta contra la moral, estás en peligro. También cuando te cruzas con esa clase de hombres que piensan que las lesbianas son mujeres que no han tenido oportunidad de probar a un buen macho y las quieren corregir a la fuerza, con una violación.

Pero a pesar de eso, en la intimidad es bonito amar sintiéndose segura.

Es obvio, y tal vez por eso convenga aclararlo: las mujeres no somos buenas por biología, pero vivimos en una sociedad que nos moldea para la empatía, tener registro de los demás, ponernos en el lugar del otro o de la otra. También nos empujan a la autocrítica —en exceso acuerpa culpas—, por lo que es más fácil conocer a mujeres dispuestas a observarse y a trabajar en sí mismas. Ir a psicoterapia sigue siendo cosa de mujeres.

Si te sales del cuento clásico y armas el propio, te enamoras de otras mujeres, repiensas la relación con amigas mujeres y construyes con ellas lazos basados en la confianza, la ayuda y el amor, muy probablemente cambiará tu mundo, pero el mundo no.

El mundo irá por otro carril y te hará preguntas como las que leí en aquella encuesta sobre salud y derechos sexuales:

¿Cómo son las relaciones sexuales con su pareja?

Normal. Como las tiene todo el mundo.

¿Y cómo es eso?

¡Como la mayoría pues!

¿Sabe Ud. cómo las tienen la mayoría de las parejas?

Bueno, no sé, ¡normal pues!

Quienes estamos en relaciones que salen de la norma tenemos la posibilidad de cuestionarlo todo, pero también se nos cuestionará. Pero, ya lo dije, intentar formas de amar y de ser o estar en pareja que nos hagan bien, nos ofrece muchísimas posibilidades.

Amar a una mujer me permite verme en ella.

Ver que ambas tenemos pelos y que la sociedad nos enseñó que no son femeninos. Que así como me he depilado para el verano y para las primeras citas, así mismo lo ha hecho ella, pero podemos descubrir juntas lo normal y lindos que son, y cada una puede decidir sintiéndose segura al menos en la mirada y capacidad de comprensión de quien ama. Y así mismo con cada una de las partes de nuestros cuerpos, y frente a cada uno de los mandatos sociales sobre senos caídos o levantados, panzas, celulitis, cabello, desodorantes, uñas, adornos, estilos de vestir y tantos otros.

La similitud y la diferencia es una gran riqueza en el encuentro con la otra.

Ver mis miedos frente a la violencia sexual, que es real en mi contexto social, aprendiendo a equilibrar el temor necesario para guardar precauciones frente a un medio hostil y machista, y soltándolo para poder disfrutar del momento juntas.

Ver mis inseguridades, saber que puedo desnudarlas y encontrar cual espejo a alguien que tal vez superó algunas de esas pero tuvo o tiene otras. Celebrar que la sociedad no le exige ser más fuerte que yo.

Ver que podemos ser fuertes y tiernas. Porque cuando ella me muestra mis sombras y pone límites, soy más susceptible a observarme, a escuchar y trabajar para cambiar aquellas actitudes que no le hacen bien a ella, a la relación y a mí en relación con les otres. No hay nada como la combinación de amor, suavidad y fuerza para pararme los pies.

Aprendo qué supuestos sociales me gustan y cuáles no. Me gusta que le gusten mis amistades y viceversa, a sabiendas de que unas son suyas, otras mías y también están las nuestras. Y cuando sus amigues la inviten a cenar, no se dé por supuesto que es conmigo, sino que decidamos en cada momento si le apetece preservar ese espacio o si quiere compartirlo. Construir el margen de espacio en que nos es válido decidir por la otra, desde comprar una oferta en internet o firmar una tarjeta de cumpleaños juntas o separadas. A fin de cuidar las individualidades y cuidar la tendencia de la sociedad y de nosotras mismas a suponer que una puede hablar en plural o contestar por dos sólo por el hecho de ser pareja.

Aprendo que aunque usualmente te guste más lo dulce que lo salado, no debo decidir y planificar así, porque hay días que prefieres el salado en lugar del dulce y eso se aplica para todas las cuestiones de la vida. Porque la constante es que todo cambia, nada es inmutable, cuando vamos cambiando, los papeles que jugamos y las relaciones interpersonales también cambian. Como ahora, que experimentamos el cambio radical de una pandemia que impone distancia física y nos supone nuevas formas de comunicarnos, de cuidar de una misma y de la otra en lo que se pueda. Ahora la certeza de que no la necesito para vivir, sin embargo la vida es más linda y feliz cuando comparto las penas y las alegrías con ella, mientras aprendemos a fluir.

Me ha costado mucho el llamado “Coming out” que es diario y el llamado a celebración del “orgullo” de lo que para mi ha de ser lo “normal”. Lo que pienso sobre mí misma aún está cruzado por las fantasías y temores sobre cómo me ven o nos ven las y los otros, pero eso no tiene por qué ser determinante. Es una decisión. Una en la cual se juegan muchas posibilidades, como la de vivir con normalidad la realidad, la que es, en lugar de intentar encajar en el patrón de lo que creo que las y los demás esperan. Porque lo normal es la diferencia y la diversidad. La confluencia entre la fuerza y la ternura, la tristeza y la alegría, la luz y la sombra, todo forma parte, todo es. Y en ese reconocimiento, gana el amor. Como dice la canción: Cuando el amor es amor, es amor, es amor. 

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About the author

Alibel creció jugando en las calles, caminando a la escuela y a la parroquia de la ciudad de Colón. Cuando EE.UU. bloqueó Panamá, ella asistía a un taller de Educación Popular donde descubrió los derechos civiles y políticos, y una vocación. Estudió Sociología en la Universidad de Panamá y desde 1995 trabaja en ONG´s y asesorías en el campo de los Derechos Humanos, con una mirada interseccional. Activista y feminista, participó en varias organizaciones locales y regionales. Desde hace diez años amalgama la causa con la perspectiva del bienestar personal y colectivo en sus talleres.

Alibel Pizarro
Alibel Pizarro
Alibel creció jugando en las calles, caminando a la escuela y a la parroquia de la ciudad de Colón. Cuando EE.UU. bloqueó Panamá, ella asistía a un taller de Educación Popular donde descubrió los derechos civiles y políticos, y una vocación. Estudió Sociología en la Universidad de Panamá y desde 1995 trabaja en ONG´s y asesorías en el campo de los Derechos Humanos, con una mirada interseccional. Activista y feminista, participó en varias organizaciones locales y regionales. Desde hace diez años amalgama la causa con la perspectiva del bienestar personal y colectivo en sus talleres.