Nació llamándose Fernando Solís, en la Comarca Guna Yala. Allí fue educado y aceptado como una omeguid: ese lugar ambiguo entre los géneros masculino y femenino. La discriminación la conoció cuando se mudó a la ciudad de Panamá, donde la apodaron Centavito. Ella se autodenomina Lidereza Omeguid Guna
1
Fernando Solís estaba en el aula arreglando un tablero, en un colegio público en la ciudad de Panamá.
—¡Ahí está el indiecito gay! —dijo en tono de burla un compañero—. ¡Ahí está el niño centavito! ¡Ay levántate, modela, modela!
Fernando Solís agachó la cabeza. Apretó los labios. No dijo nada. Siguió con su trabajo. Se le formó un nudo en la garganta. Quiso llorar. Lo evitó.
—¡Respétalo a Fernando! —gritó su mejor amiga—. ¡Respétalo a Fernando!
“Respétalo”. Repitió la palabra en voz baja una y otra vez. Con esa palabra Fernando Solís, o Nandín, como decidió llamarse más tarde en honor a su abuelo, tuvo la primera noción de no tolerar la ofensa y discriminación citadina por su opción sexual.

Tenía 17 años y ahora pasaron más de veintisiete de aquel día. Nandín está sentado en el sofá de su casa. Cruza las piernas y cuenta que es una indígena de la comunidad Guna. En términos occidentales podría ubicarse en algunas de las letras del movimiento LGBTIQ+, aunque ninguna termina por definirlo del todo. En términos de su pueblo, se la llama Omeguid: un lugar ambiguo entre los géneros hombre y mujer. Ella se autodenomina Lideresa Omeguid Guna, porque desde 1989 trabaja en la visibilización de la dualidad.
2
El Dios Guna creó el cielo y la tierra. Los primeros pobladores fueron tres hermanos; Ibeorgun, Giggadiryai y Wigudun. Los tres llegaron a la tierra al principio de la humanidad. Eran los encargados de educar a los humanos.
—No solo se creó al hombre y mujer —explica Nandín—, también aparece la ambivalencia con Wigudun, es un alma de dos espíritus. Es la dualidad, género masculino y género femenino, en una sola persona. Wigudun es una Omeguid.
Ibeorgun, el hombre, enseñó a cazar, cosechar. Giggadiryai mostró cómo administrar el hogar. El otro hermano, Wigudun, hacía el trabajo de ambos, desde cuidar a los niños, coser molas (artesanía) y hasta cazar, según la mitología que corre de boca en boca desde tiempos ancestrales.
Si bien Omeguid es una palabra de tinte despectivo, la sociedad Guna los respeta. A los 12, cuando Nandín le contó a su madre sobre su identidad, la aceptación fue inmediata.
—Siempre supe que era transexual —dice—. Yo creo que eso es natural. Es algo normal.
3
El pueblo Guna habita un territorio de 2,340.7 kilómetros cuadrados a orillas del mar Caribe. Allí no existe la discriminación o el rechazo.
—Me presento así mismo sin miedo, sin tabú, no como el miedo occidental —dice Nandín.
Mientras habla abre la mano y la baja desde la cabeza hasta la cintura para mostrar los rasgos indígenas, el pelo largo hasta los hombros, la piel morena, la remera gris y el short negro que le queda holgado:
—La comunidad LGBTIQ+ se tiene que esconder de su personalidad. Yo me presento abiertamente y la comunidad me acepta. El reto es luchar contra la discriminación, hacer que esta identidad sea ejemplo de que hay tolerancia y respeto.
En la cultura matriarcal de los Guna, cuando un niño tiene características de Omeguid recibe educación para ser una mujer y encargarse de las tareas domésticas: hacer molas —la artesanía del pueblo— y cuidar a los niños. En la adolescencia suelen escapar rumbo a la ciudad para intentar fundirse con los rascacielos, el asfalto, los bocinazos, el mar, el caos, pero chocan de frente contra la discriminación.


—La mayoría viene a los 15 años a estudiar y se sienten discriminadas. Cuando migramos empezamos a adquirir las prácticas de las diversidades de las ciudades, empezamos a travestizarnos, a tener cabello largo. Vamos adquiriendo comportamientos de la comunidad LGBTIQ+. Nosotros tenemos una mentalidad femenina, somos como mujeres. Nos dimos cuenta que aquí son diferentes. Vemos con asombro y nos asustamos, entonces volvemos a Guna Yala.
En la ciudad se empiezan a maquillar los ojos, pintar los labios, vestir pollera o blusas con escote. Esa práctica de occidente se rechaza en la comunidad indígena:
—No es que no me guste, está bien, están en su derecho, si quieren así okey. Las mujeres Omeguid travestidas son mal vistas en Guna Yala porque están llevando prácticas foráneas. Si van a Guna Yala vestidas de mujer les quitan el vestido y les cortan el cabello.
Una Omeguid adopta los oficios que se le suelen atribuir a las mujeres, pero su aspecto sigue siendo ambiguo. Es hombre y mujer a la vez, no una sola figura.
—Muchas personas han estado en esta etapa y se dejan ahí porque no han sido empoderadas como yo —dice Nandín—, como fui empoderado. Recorrí el mundo, vi a la gente luchar por su vida. Si no estuviera empoderado ya me hubiera ahorcado, muchas se vuelven locas.
Nandín sueña que el dedo acusador de la cultura de occidente deje de apuntar a una Omeguid porque es una identidad de género diferente.
—Me da igual que me llamen ella o él.
4
El poblado en el que vive Nandín, Veracruz, se impone entre el mar y el cerro. Azul y verde. La Lideresa Omeguid Guna reside allí desde 1979, en la comunidad Koskuna, que está ubicada al otro lado del Canal de Panamá, en la provincia Panamá Oeste.
En esta zona se asientan aquellos que migran de la Comarca Guna Yala, expulsados para buscar trabajo en las ciudades. Nandín cuenta que migró de la selva a la ciudad para intentar sobrevivir. Hace 40 años vive allí junto a su familia: padre, madre, tres hermanos y siete sobrinos. En su juventud residió en Colón, Nuevo Chorrillo y el centro de la ciudad de Panamá. Iba y venía de ciudad en ciudad, dice.
Hoteles de lujo, pescaderías, comedores y una colina con casas de todos los colores caracteriza a Veracruz, la localidad de los pescadores y de Nandín. Militares por doquier y barreras de controles contrastan con las mujeres Gunas que recorren la urbe vestidas con polleras coloridas, con aros de oro en la nariz y pulseras en manos y piernas.
Nandín cree que en Veracruz viven diez Omeguid, otras veinte en Tocumen. Se estima que 300 habitan todo el país, según un censo. Una Omeguid se reconoce como mujer y es consciente de la masculinidad —según Solís.


El sobrenombre “centavito” marcó su infancia. Es un apodo que carga con una discriminación por partida doble; ser indígena y Omeguid. La moneda de un centavo de Balboa, dinero panameño, tiene plasmado el rostro del indígena Urracá, un guerrero, un héroe, un macho. Los discriminadores usaban la palabra centavito para llamarlo de manera despectiva. Ahora le da gracia:
—¿Cómo te llamaban?
—¡Centavito! —responde y se ríe.
El apodo se convirtió en una anécdota que desnuda la discriminación que se vive en los suburbios de Panamá. Las voces detractoras de vecinos, compañeros del colegio que le dicen indiecita, india gay, centavito, resuenan en sus recuerdos pero ya no le producen tristeza.
—Yo veía esa discriminación del mundo occidental, los vecinos se burlaban de mí, me decían niñita, indiecita. Yo me iba llorando. A los diez años empecé a sentir eso, cómo me señalaban y se burlaban de mí. Con el tiempo crecí y mi mamá me matriculó en un colegio católico. ¡Ay, qué tortura! Esa era la peor cosa.
5
En la mañana del 22 de septiembre del 2016, Nandín se desvaneció. Se fue la luz, se le apagó. Estuvo 45 días en terapia intensiva por un derrame cerebral. Despertó y no recordaba ni su nombre, ni a su madre. Intentó escapar cuatro veces del hospital. Tuvieron que ponerle custodia policial. De a poco logró recordar todo lo importante. Ahora tiene una nueva batalla: una de sus piernas quedó afectada y se niega a dar pasos firmes.
La habitación es amplia, con un ventilador, una cama y muebles ubicados en desorden. Orgulloso muestra las credenciales de los congresos y seminarios en los que participó en América del Sur, Central, España, Suecia, América del Norte y Europa.


El trabajo en la oficina en las organizaciones no gubernamentales y la tarea del hogar quedaron atrás, al igual que sus amores. No le gusta hablar mucho de ello, tal vez pudor, tal vez porque en su tradición una Omeguid no tiene permitido asentar una vida de pareja.
—¿Te enamoraste?
—Sí muchas veces.
—Tuviste muchas parejas.
—Sí —a secas.
Su mirada se pierde en algún lado. De los recuerdos que logró recuperar tras el derrame, hay algunos de los que prefiere no hablar.
About the author
Periodista y escritora paraguaya. Escribe para el Diario Última Hora. Su obra de ficción aparece en el libro digital Sapukái, un homenaje a las víctimas de la dictadura stronista. Su trabajo periodístico ha sido reconocido en varias ocasiones por el Premio Nacional de Periodismo Científico de su país. A Nandín lo conoció en su misión por contar la desigualdad de género en Panamá bajo la tutela del maestro Cristian Alarcón, una experiencia que la llevó a perfilar la vida de la Lideresa Omeguid para Revista Concolón.