Caminar por las calles de Panamá es como caminar por un campo minado para las mujeres. En vez de explosivos, tienen que esquivar chiflidos, piropos y otras formas de acoso callejero. Contra el machismo rampante, algunas jóvenes se juntan, resisten y pelean
El próximo tipo que acose a Eliana Araúz en las calles de Ciudad de Panamá podría salir apuñalado. “Me quiero comprar un cuchillo”, dice. O como mínimo saldría con los ojos llenos de gas pimienta: quizás ya le atine al tiro esta vez. La primera y única vez que lo intentó fue el año pasado en uno de los concurridos bares de la ciudad. Un tipo le agarró las nalgas a su hermana Alejandra, una famosa actriz panameña. Al ver que nadie en el bar les creía la historia y que los de seguridad no iban a hacer nada al respecto, Eliana esperó al acosador afuera. El tiro falló y el chorro ardiente terminó sobre la cara de ella.
—¿Te sientes insegura?
Sus grandes ojos verdes parecen brillar fijos bajo una gorra negra que dice ‘Sad Girls’ en letras blancas.
—En este momento no, pero he dejado de salir a lugares por mi agresor.
Eliana se refiere al director de una obra de teatro que la acosaba con comentarios sobre su aspecto físico y hasta la hizo arrastrarse por el suelo lleno de mugre durante los ensayos. Todo esto hizo que se saliera de la obra con su hermana y terminara bloqueando de sus redes a los de la compañía de teatro.
Además de actriz y abogada, Eliana es la administradora de la Escuela de Zorras, un chat de WhatsApp que creó hace más de un año y que hoy tiene más de 50 integrantes, todas mujeres, todas feministas o en camino a serlo. Lo que empezó como una idea copiada de una activista costarricense, se convirtió en una red de apoyo para todo tipo de necesidades: desde saber dónde pagar un recibo hasta apoyo legal en caso de sufrir una violación, algo en lo que también ayuda Eliana.
—¿Por qué zorras? ¿Por qué no perras o gatas?
—Una zorra es el opuesto de zorro, que acá significa alguien astuto. Antonio Banderas tiene películas siendo zorro y todos lo admiran, pero cuando hablamos de zorra entonces es algo denigrante.
Eliana ensaya y perfecciona sus técnicas de defensa contra el acoso en la casa. A veces arma pistolitas con sus dedos y mata a sus agresores de mentiras, mirándolos fijamente con una mirada asesina. Otras veces simplemente empieza a gritar hasta desesperar a quien la escuche.
—Hace poco un taxista me empezó a perseguir porque le grité y me dijo que tenía suerte de que no se bajaba a pegarme.
Eliana escucha historias. Gritos, golpes, groserías, escándalos y gases pimienta parecidos a los que ella carga: son la manera en la que las otras zorras se defienden en las calles de Ciudad de Panamá.
A muchas les toca así, ayudarse, resistir, porque la calle no las ayuda a ellas. Sea en el Casco Viejo, 5 de Mayo, Santa Ana o Albrook, los ojos se posan sobre ti, como el láser de un arma francotiradora. Los puedes sentir: en tus brazos, en tus nalgas, en tus piernas, pegándose a tu piel descubierta porque el calor lo obliga, o porque simplemente quieres que sea así. Te hacen más lento o más rápido el paso. Y entonces los cinco minutos que te tomaba recorrer esas dos cuadras se convierten en diez, en quince, en veinte, y la línea recta de tu camino se vuelve un rombo, un trapecio, un paralelogramo. Con el tiempo evitas esa construcción, ese partido de fútbol, a los universitarios saliendo de clases, a los taxistas, a todos.
—¿Que qué es la escuela de zorras? La escuela de Zorras me respondió a mí misma qué era la Escuela de Zorras.
Los ojos de Eliana sobresalen de la oscuridad de su gorra, brillantes. Ahora está feliz, como casi todas en su grupo. Claro que tienen problemas y las notificaciones de su teléfono no dejan de sonar ni un minuto, pero encontrarse en espacios virtuales y físicos cada cierto tiempo ha ayudado a muchas mujeres de la ciudad a reconocerse como aliadas dentro del enramado de sus calles y edificios de efecto espejo.
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—Lo que pasa es que Ela es Aries.
Daniela suelta la frase, como excusando a su amiga por expresar en voz alta su firme deseo de cargar con un cuchillo.
A ella también la han acosado, y también reacciona, aunque no con cuchillos. Un par de veces se ha quedado pasmada, sin hacer nada, tiene que admitirlo. Por ejemplo cuando hace años, en el salón de belleza al que iba, un tipo le cogió la vagina mientras la depilaba, con su mamá esperándola afuera del lugar. Al contarle ella no le creyó. O cuando en el colegio un profe le mandaba poemas al correo y le insistía que la amaba, a sus escasos 16 años. Luego de años sintiéndose importante por gustarle, Daniela comprendió que el amor del profe era acoso, e incluso pedofilia.
De su maleta Daniela saca cuatro sobres amarillos. Dentro de cada uno hay una revista pequeñita, un fanzine: rosado, azul, verde y amarillo. Una serpiente en una casa, una mujer entre una selva, un patito dibujado y un bisonte, o ‘bisonta’, como ella la llama, son sus cuatro portadas. Cuatro ediciones que han sacado con las uñas junto a sus amigas Carola y Judith, desde que hace dos años decidieron crear a las Ex Señoritas.
—¿Y por qué querían ser ex señoritas?
—Por lo que significa ser una señorita. No existe un equivalente de esa palabra en el hombre: a la señorita se le llama así hasta que se casa, al hombre se le llama señor de una. Es como si solo casándote con un hombre lograras evolucionar a ese estatus social.
La explicación está en su manifiesto, que repiten como un mantra en cada número, porque es necesario. El manifiesto se escribe en letra irregular y tachones, al lado de títulos como “Vaginación”, “Sexo zen”, “La copa menstrual y yo” o “Él usó mi cabeza como un revólver”. Con un costo de tres a cinco dólares el fanzine, escrito, ilustrado, editado, re editado, impreso y cocido por las ex señoritas y algunas colaboradoras, se mueve por los círculos feministas de la Ciudad de Panamá, que son más bien pocos y jóvenes, emergentes. Las ferias, los conversatorios, las relatorías y las exposiciones son los escenarios de distribución y compra del librillo colorido, pero sobre todo las fiestas que ellas arman para celebrar el lanzamiento de sus hijitos editoriales. La última fue en Hangar 18, un bar de metal para machos metaleros del que se apropiaron durante una noche, procurando un espacio solo de chicas, donde todas se sintieran seguras, para las seguidoras de su fanzine. Un sitio donde pudieran comer, bailar, reírse y hablar un poco de feminismo, algo que no es común en esta ciudad.
“La serpiente está cabreada de estar en la casa porque es una fucking serpiente”, dice una contraportada rosada. “Amor propio y salud mental”, dice otra, que tiene un patito dibujado en la portada. “¿Cómo estás? Aquí chillin (esta vaina está focop)”.
Hija de una ex miss Panamá de los años ochenta, y un papá colombiano medio bohemio, Daniela conoció el feminismo hace unos cinco años, viendo la serie “Girls”. Desde el primer capítulo quedó impactada con el papel de la actriz Lena Dunham, que se veía genuinamente cómoda en su cuerpo, uno que no encajaba con las tres mediditas de mierda que la sociedad espera comúnmente de una mujer. Muchas cosas no encajaban en ese entonces para Daniela: ni las medidas de su propia silueta, ni el hecho de que su papá se convirtiera en padre soltero de dos hijos, ni la forma en que la escuela, su mamá y su abuela la mandaban a callar cada vez que ella expresaba su opinión.
—Yo veía que mi profesora me callaba cada vez que yo hablaba duro, pero no hacía lo mismo con los chicos de mi clase.
¿Que si acosan a sus amigas también? Uf claro, miles de veces. Las miran en la calle, las tocan en las discos, les muestran sus penes horribles en las esquinas, hasta ha habido algunos que se masturban frente a ellas mientras les preguntan cosas en el metro. Hace poco Daniela se unió a una campaña en contra de un fotógrafo que trabajaba con ella, acusado de acoso y de abuso. En reacción, el tipo empezó a mandar un cuestionario a varias mujeres, preguntándoles si se habían sentido violentadas trabajando con él. También se lo mandó a Daniela.
—Es valiente el tipo, eh.
A pesar de ser evidente en sus calles —basta con recorrerlas de día o de noche— la problemática del acoso no se ve reflejada en las cifras oficiales del país. De casi 4.600 denuncias por delitos sexuales que registró Panamá el año pasado según el Ministerio Público, 1.882 fueron por violación (un 41%), y tan solo 53 casos estuvieron relacionados con acoso sexual. Esto pudo haber sido tanto en calles como oficinas, universidades o colegios del país.
Para Eliana el acoso en Ciudad de Panamá sí se denuncia, pero no por la vía legal. Redes sociales, grupos de WhatsApp como el de ella, convocatorias, conversatorios y proyectos artísticos y editoriales como el de Daniela y hasta el grupo de stand up comedy feminista que ambas tienen, son apenas los espacios de las mujeres que están hartas del acoso en la ciudad, el resquicio por el cual se desquitan y sienten más efectiva su denuncia, más real, en vista de que las vías legales se ven todavía como caminos etéreos que las tienen desamparadas.
Por lo menos ya se dio el primer paso. Entró en vigencia la Ley 7 de 14 de febrero de 2018, que decreta sanciones civiles y penales contra el acoso sexual, o ley anti piropo, como le decían en el país cuando se debatía en la Asamblea. El decreto, que “previene, prohíbe y sanciona el hostigamiento, acoso callejero, acoso sexual, acecho, favoritismo, sexismo y racismo en todos los ámbitos”, lo propuso Ana Matilde Gómez, una diputada independiente, y busca prohibir todas las manifestaciones de violencia entre hombre o mujer, la discriminación, así como busca condiciones de trabajo más equitativas. La ley terminó de ser aprobada en mayo de 2017, luego de sus tres debates correspondientes. Pero hubo que esperar un año para que el presidente la firmara.
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—¿Por qué cree que el presidente no había firmado la ley si ya estaba aprobada?
—Eso habría que preguntárselo al presidente. El ministro correspondiente ya había firmado también, solo faltaba él. No sé a qué se debió su demora.
De pelo encopetado y siendo la única mujer con pantalón de sastre en todo el recinto del Ministerio de Gobierno, la exprocuradora, diputada y precandidata presidencial independiente, Ana Matilde Gómez, responde apurada. Solo tiene cinco minutos. Acaba de terminar un debate en el Ministerio de Gobierno sobre esta misma ley, junto a Liriola Leoteau, directora del Instituto Nacional de la Mujer (INAMU), y Brice Roquefeuil, embajador de Francia en Panamá. Con un traje parecido al de Roquefeuil, y con voz enérgica, Ana Matilde explicó durante el debate la pregunta que ronda alrededor de esta propuesta: ¿Por qué castigar y no educar?
—Este es un primer paso. Mi proyecto de ley también contempla mucha educación. Que las escuelas tengan un procedimiento adecuado. Por ahora, podemos asegurar que las víctimas tengan a quién acudir, ese es el aporte.
Como muchas en Ciudad de Panamá, Ana Matilde también se defiende en la calle, como Eliana o como Daniela. Dice que mira a los ojos al agresor, e intenta hacerlo reflexionar. “Le pregunto al acosador si no tiene hermanas o madre o novia, pues por cada mujer que él agreda en la calle, hay otro haciendo lo mismo con ellas”. Un método muy diferente al de Eliana. Igual, afirma que este también es muy desgastante.
Ana Matilde se ha reunido con distintos grupos de mujeres para discutir la ley, con las que sí y con las que no. De estas últimas, la diputada notó ignorancia en el tema, normalización del machismo y hasta movidas políticas: asegura que muchas mujeres de la Asamblea ridiculizaron su propuesta en público para ganar votos de la clase obrera, el sector ligado a los piropos y acosos callejeros por excelencia.
***
Hay días…
…Días como hoy,
donde te espero ansiosa contra el golpe de las horas,
sin voz que fluya desde mi garganta muerta,
impaciente por llenarme la boca con tu jugo de luna.
Desaparecernos.
Días como este,
cuando brotas desde el medio de la noche:
deshaciendo los nudos,
comiéndote a la muerte,
floreciendo en el desierto de mi cuerpo empapado,
enlazado a mi vientre en un cordel de arena,
donde caemos juntos
en aguaceros
de guayaba y semen.
De piel morena, pelo rizado y labios rojos, Corina Rueda, abogada, feminista, poeta y defensora de derechos humanos, termina uno de sus poemas de la noche. Se encuentra rodeada de más o menos cincuenta personas que se agolpan para escucharla en el Centro Cultural de España, otro de los pequeños fortines feministas en Ciudad de Panamá, ubicado en el Casco Viejo. También están con ella esta noche las poetas Lucy Chau y Mar Alzamora, amigas queridas de Corina, y Shirley Campbell, una afrocostarricense con ojos de felino y dreadlocks como una melena de león negra y larga, envuelta en un vestido típico africano con colores de fuego y aretes con la silueta del continente africano. Con el tiempo, Shirley se convirtió en un ídolo de Corina y en un referente de la poesía negra gracias a su poema “Rotundamente Negra”, con el cual cerró la tertulia esa noche, ovacionada por los presentes.
…Y me niego absolutamente
A ser parte de los que callan,
De los que temen,
De los que lloran.
Porque me acepto
Rotundamente libre,
Rotundamente negra,
Rotundamente hermosa.
***
—Genaro López, ¡Genaro López es su nombre, que lo sepan bien!
Después de su aplaudido recital, Corina Rueda se refiere al líder sindical de Suntracs, el Sindicato Único Nacional de Trabajadores de la Industria de la Construcción en Panamá.
A pesar de ser de izquierda, como él, Corina lo acusa de no validar las luchas feministas de sus compañeras, sobre todo cuando se trata del acoso callejero en Ciudad de Panamá. Así las cosas, viene siendo más peligroso un compa machista, al que no le parezca importante esto, que los ‘cristofascistas’ a los que se refiere Corina, machistas de derecha, cristianos, inquisidores con los derechos de las mujeres.

Y es que la lucha sí es importante, esta lucha, la del acoso. Corina también lo ha tenido que vivir en carne propia muchas veces, como cuando era pasante mientras estudiaba derecho y se tenía que bajar en la estación de metro de la Fernández de Córdoba para llegar al Registro Público. En vez de caminar derecho, Corina tenía que cruzar la calle tres veces consecutivas todos los días, para evitar pasar al lado de las tres construcciones instaladas en esa época en las cuatro calles que la separaban de su destino.
—¿Quién me va a decir entonces que mi derecho a transitar y mi derecho a poder trabajar no se ve coartado en todas sus esferas?
Por eso Corina está encabronada con la izquierda de su país, y de su ciudad y con Genaro, que en representación del Suntracs dijo que los constructores solamente tiraban piropos en el marco del respeto y que además había temas mucho más importantes que discutir en la Asamblea que el del acoso callejero.
Todas estas frases se las pegó Corina al cuerpo en un performance que hizo el pasado 1 de Mayo junto a sus compañeras de Tener Ovarios, otro de los colectivos feministas que hay en Ciudad de Panamá y que ella lidera. En vez de generar el impacto que esperaba, a Corina la terminaron acusando de ser líder de la izquierda panameña. Acusar, en vez de proclamar, porque así funcionan las cosas con la izquierda en América Latina. De una forma u otra, Corina niega que esas atribuciones fueran ciertas.
—¿Que si las mismas mujeres panameñas aceptan y hasta les gusta el piropo? ¡Claro que les gusta!
Corina compara la situación con la de la población negra y la esclavitud, donde hubo esclavos que defendieron a sus propios amos. Y con el acoso callejero en Ciudad de Panamá, Corina siente que se repite la historia, porque, para ella, la mujer panameña sigue creyendo que le debe una fidelidad intangible y absoluta al hombre en todo sentido, reforzando el patriarcado. Así, el típico “mamita” que te bota un obrero en la calle bajo el calor de mediodía no se convierte en un insulto, sino en un halago, y te extrañas el día que no te gritan nada al salir: ¿Será que hoy estoy fea?
—Muchas mujeres avalan el acoso porque les han enseñado que un tercero es el que tiene que avalar nuestro cuerpo.
Para Eliana y Daniela no es así. Ni para Corina, que habla de los cuerpos de las mujeres de verdad, con gordos, y con celulitis y con estrías, bellos todos en su propia naturaleza, como la que menciona en sus poemas. Y con esto claro en la cabeza salen y se toman las calles de Ciudad de Panamá: se bajan de la estación Vía Argentina o de Albrook, caminan por el Casco Viejo, por Vía España, por avenida Amador, por la avenida Central. Tienen la vista fija y los puños probablemente apretados, esperando el chiflido, el piropo, el flasheo. Lo esperan casi con ansia, como Eliana, porque saben que esta vez no van a callar, como lo dejaron de hacer hace tanto tiempo. Reaccionaron cuando se dieron cuenta de lo mal que estaban los hombres de las calles de su ciudad, de que la vaina está focop, como dicen las Ex Señoritas en sus fanzines.
Y responderán, seguramente. Con los dedos pistola, con un putazo, con una simple mirada matadora, como diciendo “ni te atrevas, ni te vuelvas a atrever”. Habrá quienes sean más extremas, habrá quienes ya carguen un cuchillo en sus maletas y sus bolsitos y sus riñoneras. Y no es la mejor forma, ¿pero qué hacemos si el presidente no quiere dar su firma?
Eliana, Daniela y Corina saben que son pocas en su ciudad. Pero también saben que con trabajo duro, comunicación, más colectivos, más apoyo, más redes, más espacios y quizá un poco más de suerte, va a haber más como ellas en Ciudad de Panamá.
About the author
Nathalia es periodista y feminista. Llegó a Ciudad de Panamá a aprender, de mano de otras mujeres, que las luchas feministas en un país vecino al de ella eran parecidas. Eliana y Daniela pensaban como ella: que te acosen en la calle es una mierda, y no debería pasar ni en Panamá, ni en Colombia, ni en ningún país del mundo. Para el libro ‘Panamá, la ciudad entre papeles’, editado por el colectivo de periodistas Concolón, la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y la Comisión Panamá Ciudad de 500 años, escribió ‘Las que resisten’.